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jueves, junio 26, 2025
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Dolor en toda una comunidad: La Toma despidió al profesor Miguel Ángel Páez

Innumerables muestras de afecto de alumnos y docentes que lo conocieron, graficaron el legado de un hombre que vivió su vida con vocación de servicio, respeto, dignidad, solidaridad y empatía.

Por Nicolás Gatica Ceballos.

Estas líneas no conforman una crónica figurada ni una exageración decorosa. Literalmente, toda una comunidad se vio absolutamente conmovida. La muerte de Miguel Ángel Páez, profesor y secretario de la Escuela Técnica Nº 28 “Gral. Juan Martín de Pueyrredón”, significó una noticia devastadora, que dejó un vacío enorme. Quienes lo conocieron, saben de las cualidades humanas y profesionales de Miguel. Excelente docente, gran trabajador, compañero entrañable, un ser humano increíble. Luego de luchar contra una dura enfermedad, ahora descansa en paz. No es una frase de consuelo. Es lo que seguramente ocurre, porque quien hace bien los deberes en la vida, quien da todo por los demás, quien practica el amor al prójimo, quien exalta los valores más excelsos -así como vivió Miguel- no puede esperar otra cosa.

 

En lo personal, conozco (si, en presente) a Miguel desde niño. Siempre con una sonrisa, con buen humor, con una tranquilidad inquebrantable, esa templanza que tienen los que viven conforme al corazón. Con una serenidad que no era de este mundo. Tengo recuerdos imborrables de encuentros en la iglesia. Miguel practicaba su fe como nadie. De alguna manera, aunque no lo supo nunca, me enseñó el valor de la Eucaristía. Siempre comulgaba, pero bajo un valor que trasciende lo ritualístico. Porque él era un creyente que vivía como Cristo. Es decir, no solo recibía el pan que sacia toda hambre, sino que daba testimonio con sus hechos, amando, sirviendo a los demás, siempre sencillo. Desde lo pequeño, hizo cosas grandes. Nunca, jamás, lo sentí hablar mal de nadie, ni criticar, ni emitir palabras negativas.

 

Miguel junto a sus compañeras Dioly Domínguez y Estela Bridarolli. Foto: Facebook.

También tengo recuerdos de mis inicios laborales, en la escuela que me educó en mi adolescencia. Allí, Miguel siempre tuvo una palabra de aliento. Siempre fue un compañero de trabajo solidario, abierto a ayudar para que todo sea mejor. Hoy, cuando después de 9 años he vuelto a las aulas, hay acciones que trato de aplicar que -sin dudas- son enseñanzas que vienen de su legado. Porque se enseña con el ejemplo. Y Miguel fue toda su vida un ejemplo.

Más adelante en el tiempo, siempre lo cruzaba en el centro de San Luis. Cada tanto, en algún viaje que hacía con su esposa, Sandra, nos encontrábamos. Por lo general, en un café de calle Belgrano, o en la Peatonal. Siempre con un abrazo, una sonrisa. Alguna pregunta por mi familia. Comentarios de gran afecto: “¡Qué grande está tu niña!”, me decía con ternura. Siempre vi a Miguel como un esposo ejemplar. Sin dudas, todo tiene que ver con su mirada espiritual, con su profundidad. Un esposo cariñoso, respetuoso, compañero.

 

Miguel, en su juventud. Foto: Identidad Tomense.

 

 

Pero en definitiva, lo que yo haya vivido no es lo importante. Lo menciono en una suerte de catarsis, con la esperanza que desde donde esté, pueda leer estas líneas. Lo verdaderamente importante es todo el legado de Miguel. En cada una de sus acciones, en todo su desempeño en la vida cotidiana, en la calle, en el trabajo, en su familia. Esa constancia demuestra que fue genuinamente un “buen tipo”.

 

La Toma, la Escuela Técnica, su familia, perdieron un gran hombre. Una persona de esas que si abundaran, el mundo sería mejor. Pero la muerte, aunque dolorosa e inexplicable, es un misterio que define el sello de una vida vivida. Y Miguel selló su vida con un camino intachable. A quienes lo conocimos, nos dejó enseñanzas imborrables. En general, dejó el ejemplo de que se puede ser buena persona en una sociedad cada vez más violenta. Miguel nos enseñó -aunque tal vez sin querer- que vale la pena ser bueno. Vale la pena porque no hay nadie que tenga un recuerdo negativo suyo. Todos lo sintieron en lo más íntimo del corazón. Eso es lo que genera la gente digna.

 

Múltiples mensajes en las redes sociales, evidencian todo lo que acabo de exponer. Alumnos, ex alumnos, compañeros de trabajo, familiares. Todos abrieron sus corazones frente a su irreparable pérdida. Uno de los mensajes que mejor definen el dolor, es lo que escribió el profesor Julio Quiroga: “Miguel…hoy no encontramos las palabras, las frases, todo es poco, tenemos una sensación de vacío, de falta, sólo sabemos que te vamos a extrañar mucho”.

 

 

 

Dioly Domínguez, Virginia Ballatore y Miguén Ángel Páez. Foto: Identidad Tomense.

 

 

El último adiós, se dio en su casa: la Escuela Técnica Nº 28. Allí hubo una misa de cuerpo presente. Así, acompañado por el amor que sembró, toda una comunidad lo despidió en un suspiro inmemorial.

 

Se hace un nudo en la garganta imposible de disimular, la mente trae recuerdos, una lágrima se escapa insostenible. Pero también queda una certeza: nada es en vano. Y la vida de Miguel, sin dudas, tuvo múltiples propósitos, muchos de los cuales ni nos imaginamos.

 

Espero que Dios, para quienes creemos, o la vida, para quienes tiene otra visión del mundo, le den resignación a los suyos, a los que quedan con una ausencia imposible de superar. El duelo simplemente se vive, se procesa como se puede.

 

Por Miguel, no tengo dudas de que Dios, en su infinita misericordia, ya lo tiene en sus brazos, bajo su luz inmortal.

 

Hasta que la muerte nos vuelva a encontrar, Miguel.

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