Muchos padres se quejan de que ven a sus hijos encerrados en su habitación, sin hacer nada o jugando horas y horas con videojuegos, y cuando son más grandes, sin siquiera querer estudiar o trabajar. ¿Es un problema de desgano, personalidad o se trata de uno de los principales trastornos de salud mental de la actualidad, la depresión?
La doctora Silvia Ongini, psiquiatra infanto-juvenil del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas de la UBA (MN 69.218), explicó a Infobae: “El cuadro depresivo tiene como característica la angustia, falta de motivación, afectación de varias áreas o esferas de la vida del sujeto y lo que vemos es que cada vez se consultan más por cuadros de depresión y ansiedad en niños y adolescentes. En el Hospital de Clínicas, 2 de cada 3 consultas son por este motivo. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) están aumentando los casos y esto no deja afuera a la población de niños, niñas y adolescentes”.
A partir de la pandemia, señaló la especialista, “aumentaron no solo los casos de ansiedad y depresión sino también algunas de las consecuencias más graves que tiene esta última en adolescentes y adultos jóvenes, que son los intentos de suicidios y suicidios. Son las formas más graves de expresión de estos cuadros depresivos”.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el suicidio la segunda causa de muerte entre los jóvenes de entre 15 a 29 años, después de los accidentes de tránsito.
Por otro lado, la doctora Claudia Amburgo, médica psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) especialista en niños y adolescentes, expresó a Infobae que es difícil generalizar en psicoanálisis y hay que ver cada caso por separado, porque un mismo síntoma en niños o adolescentes difiere según distintos sujetos y familias y puede ser multicausal: “A veces, muchos adolescentes, entre los 12 a 14 años, se engañan a sí mismos diciendo que tienen amigos porque juegan en red pero, en realidad, van al colegio, cumplen y después, por alguna razón, se sienten solitos, se quedan en su pieza y se sienten acompañados a través de esos juegos”.
Y continuó: “Pero, para llegar a pensar en una depresión hay que ver al chico a lo largo del tiempo, que se repita el encierro, que no pueda ni siquiera ir a comprar algo al supermercado, o no se bañe, no juegue, no coma en la mesa familiar, no hable, no sonría, no duerma bien… la depresión se manifiesta por varios trastornos, como los de alimentación y del sueño”, indicó la doctora Amburgo.
Los síntomas de la depresión
A nivel clínico, la depresión de un niño o adolescente se manifiesta mediante un conjunto de síntomas que conllevan un impacto negativo en el funcionamiento normal en su vida cotidiana.
La doctora Ongini afirmó que se puede hablar de depresión desde distintas maneras: “Como un ‘estado’ cuando es transitorio y su expresión es circunstancial; como ‘cuadros depresivos’, cuando las personas se manifiestan reactivas a un hecho, como puede ser un duelo, o están pasando por una situación particular. Finalmente, hablamos específicamente de ‘trastorno depresivo’ cuando nos referimos a un conjunto de signos o síntomas que no solamente afectan el estado de ánimo sino también varias áreas de la persona y perdura en el tiempo. Estos cuadros se presentan en todas las edades, en niños, niñas y adolescentes, desde edades muy tempranas, incluso en bebés (sobre todo cuando tienen una mamá puérpera o cuidador temprano deprimidos). Es importante considerar estas diferencias porque las manifestaciones van a ser distintas de acuerdo a las edades en las que se presenten”.
Sin embargo, las manifestaciones de la depresión edades tempranas difieren a las de los adultos. Ongini describió:
“Lo más frecuente en niños no es verlos tirados en la cama como esperamos ver a un adulto, o con un desgano absoluto y falta de motivaciones, que a veces pueden llamar ‘pereza’. Lo más probable en los niños es que estén irritables, que tengan una baja tolerancia a la frustración y cualquier cosa los haga enojar o llorar o estén como se suele llamar ‘con berrinche’, que en realidad es manifestación de un malestar, porque el ‘berrinche’ no existe como tal. También pueden volverse impulsivos porque están desregulados emocionalmente, pueden tener problemas en el sueño, en el aprendizaje, cambios en el rendimiento escolar, dificultades para jugar, estar hiperactivos, presentar alteraciones en la comida (comer mucho, aumentar de peso bruscamente, pérdida del apetito, hiperselectividad o cambios de conducta)”.
En el adolescente, en cambio, puede haber otras manifestaciones. “Vamos a ver un repliegue, un ensimismamiento, cambios de gustos, hábitos, diferencias incluso con respecto a los padres, a las figuras de cuidado. También pueden presentar falta de motivación para hacer cosas. Si bien los adolescentes pueden sentir cierto desgano para cumplir actividades pautadas por otros, empiezan a perder interés o el disfrute en cosas que les gustaban y esto es importante. Esto se suma a todos los otros síntomas que se pueden manifestar, como cambios en el peso, en el sueño, en el estado de ánimo, un tono bajo”, sostuvo la doctora Ongini.
Entre la angustia y la tristeza
En el caso de los adolescentes, la doctora Amburgo explicó una situación típica que suele ocurrir a los 17, 18 años, cuando ya pasó el viaje de egresados y la fiesta de fin de año y los chicos empiezan a exponerse individualmente y a demostrar o demostrarse todo lo que aprendieron o inician su búsqueda de trabajo.
“En esta etapa a los adolescentes les cuesta mucho separarse del grupo de pares, de esa ligazón que les da seguridad, y deben enfrentarse a jefes y entrevistas laborales, lo que los angustia mucho y no todos los padres están capacitados para ayudar en esos momentos. Entonces, es como que hacen un paso para adelante y tres para atrás. Además, hay adultos en la familia que transmiten muchos miedos, inseguridades e incertidumbres a sus hijos y esto dificulta la exogamia”, dijo Amburgo.
Sin embargo, destacó la especialista que en esos casos hay que observar si se trata solo de una etapa o la situación permanece en el tiempo. “Cuando uno observa que el chico no logra solucionarlo hay que consultar a un psicólogo o un psicoanalista para que el joven o el niño trabajen en su terapia sobre los propios miedos al desprendimiento de los padres, a su mirada o control. Es importante recordar que dejar de ser controlados por los padres también angustia y los primeros pasos de la independencia económica asustan mucho. Sin embargo hay que considerar que cada etapa tiene sus crisis y sus cambios. Es avanzar, detenerse y volver a avanzar, pero lo más importante es estar siempre en movimiento”, manifestó la doctora Amburgo.
“También hay que diferenciar la depresión de la tristeza”, expresó Ongini. “Este es un sentimiento que tenemos los humanos como reacción y a consecuencia de algo que pasó que es malo, desagradable y genera ese estado de ánimo. Es distinto de un cuadro depresivo porque la tristeza implica muchas más áreas como los aspectos cognitivos, el intelectual, la motivación, la actividad social. Los chicos a veces pierden interés en juegos y/o tienen dificultad para jugar con sus pares, o si son adolescentes se pueden aislar o replegar. Es distinto al sentimiento de tristeza. Es importante también decir que no todos los chicos que están deprimidos van a estar tristes y puede ser que algunos chicos estén deprimidos y tristes”, señaló la doctora.
Cómo afrontarla
La clave radica en detectar los síntomas a tiempo para abordar un tratamiento eficaz.
Ongini destacó que los mitos y el estigma en torno a la salud mental hacen que muchas veces ante estos signos y síntomas no se acuda a pedir ayuda adecuada y profesional: “Lo más importante es recordar que precisamente pedir ayuda a tiempo cambia destinos y en el siglo XXI tenemos herramientas para que un niño, niña o adolescente no tenga que atravesar profundos sufrimientos subjetivos como son estos cuadros de depresión. Hoy tenemos herramientas para ayudarlos, que puedan superarlos y no dejen secuelas o marcas en su trayectoria vital”.
Los pilares del tratamiento de la depresión infantil y juvenil son tres, dicen los expertos: la psicoeducación, la psicoterapia y la farmacoterapia.
– Psicoeducación: es imprescindible para que tanto el paciente como la familia conozcan en qué consiste la enfermedad, el plan terapéutico y los objetivos, para mejorar así la adherencia del tratamiento.
– Psicoterapia: según el Instituto de la Mente Infantil (Child Mind Institute), una de las terapias más eficaces para la depresión es la terapia cognitivo-conductual (TCC). La TCC ayuda a los niños a aprender cómo están conectados sus pensamientos, sentimientos y comportamiento. “Aprenden a detectar patrones de pensamiento poco útiles y a desarrollar habilidades de afrontamiento. En el caso de una depresión más grave, la terapia dialéctico-conductual (DBT, por sus siglas en inglés) puede ayudar a los niños a aprender a manejar emociones intensas. La terapia interpersonal y la terapia cognitiva basada en mindfulness (MBCT, por sus siglas en inglés) también han demostrado ayudar a los adolescentes y adultos jóvenes con depresión”, afirmó el instituto.
– Farmacoterapia: cuando la terapia por sí sola no es suficiente, los niños también pueden tomar medicamentos para la depresión, señaló el instituto.
“Es esencial que la familia se involucre en el tratamiento de la depresión del niño. Los padres pueden aprender a apoyar a su hijo y ayudarlo a practicar nuevas habilidades en casa. Tener un hijo con depresión puede ser difícil para las familias, y recibir apoyo del terapeuta suele marcar una gran diferencia”, afirmó el instituto.