La Bonaerense secuestró, torturó y mató al estudiante de Periodismo en 1993. Lo vieron por última vez en un calabozo de la comisaría novena. Su cuerpo nunca apareció. La conmovedora lucha de su mamá.
Está decidida a no resignar ni un segundo de su existencia para buscar con profunda intensidad ese propósito que la moviliza desde hace tres largas décadas. Se hizo consigna, remera, póster y tatuaje. Pero un oscuro y patético pacto mafioso le prohíbe a Rosa Schonfeld (75) conocer ese dato que la desvela: “Dónde está Miguel”.
“Miguel” es Néstor Miguel Bru, quien nació el 16 de julio de 1970 en una maternidad de Pigüé, de chico vivió con su familia en Berisso y en 1993 fue detenido y asesinado por la Policía Bonaerense. Se constituyó, así, en la primera víctima de una desaparición forzada de persona atribuida a una fuerza de seguridad de la entonces novel democracia argentina.
El operativo de secuestro se realizó en la tarde fría y nubosa del martes 17 de agosto de ese año. Fue el inicio de una secuencia oscura y tenebrosa de abuso, violencia, tortura y muerte que se desarrolló en los ocultos laberintos de la comisaría novena de La Plata, en pleno centro de la ciudad capital de la Provincia.
Miguel, un joven bohemio y extrovertido, estudiante de Periodismo en la UNLP, integrante de una banda de punk rock, que ya vivía fuera de su casa familiar, había denunciado a los policías de la novena por “abuso” unas semanas antes. Fue por un operativo que los agentes de la Brigada de Investigaciones habían realizado en el barrio El Mondongo, donde Bru ocupaba una vivienda con otros compañeros.
La hipótesis y las constancias posteriores confirmaron que un desprendimiento de esa brigada fue responsable del secuestro. Que lo ingresaron de manera ilegal a la sede policial de calle 5 y 59. Que comenzaron a torturarlo, tal vez para que confesara un presunto delito y así dejarlo detenido “en blanco”. Era (es) una práctica que no abandonó esa institución que tiene el monopolio de la fuerza. Que en esa sesión se excedieron y allí murió la misma noche del 17. Que encubrieron el homicidio y ocultaron su cuerpo.
Hasta hoy. A 30 años de esa noche de horror.
Fue, también, el comienzo de una interminable peregrinación para Rosa, la madre de Miguel, por comisarías, pasillos de tribunales y despachos. Una empresa que persiste, aun cuando seis años después de la desaparición y muerte, la Justicia condenó (en mayo de 1999) al subcomisario Walter Abrigo y al sargento Justo José López, a prisión perpetua. Y al comisario Juan Ojeda (a cargo entonces de la seccional) y al cabo Ramón Cerecetto, a cuatro años por complicidad en el hecho.
“Hubo unos días, al principio, que pensábamos -tal vez queríamos creer- que habría sufrido algún accidente. Cuando empezamos a sospechar otra cosa comenzaron a esconder cosas, a aprovecharse de mi ignorancia. No sabía ni dónde quedaban los Tribunales”, recuerda ahora Rosa, en su casa de Berisso, casi sobre el límite con La Plata, donde vive. Está cerca de una hija; del matrimonio de otro de los hijos y de algunos de sus nietos.
Comenzó ese sinuoso recorrido sólo acompañada por el soporte de su marido, Néstor Alberto (fallecido el 3 de enero de 2022), que era policía y trabajaba en la seccional de Berisso. También Carolina, ex novia de Miguel, y los amigos y alumnos de Periodismo que acompañaron los primeros reclamos por la aparición del joven.
“Yo iba todos los días a la fiscalía. No tenía ni idea para qué. Pero iba. Estaba horas y horas. A veces sin saber qué pedir”, rememora. Siempre con humildad, paciencia y firmeza.
Sus pedidos chocaban, además, contra los obstáculos que ponía un juez que resultó cómplice de las irregularidades policiales. Amílcar Vara desvió, frenó y enchastró la investigación que apuntaba contra la Policía. “Donde no hay cuerpo, no hay delito”, era el argumento que repetía como dogma para no involucrar a los agentes.
A fines de 1999, terminó destituido: lo acusaron y condenaron por encubrimiento, prevaricato, abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público en 27 causas judiciales.
Un mes estuvo sola Rosa en ese camino tortuoso. Hasta que el caso salió de La Plata y se hizo público. Recién entonces las autoridades tomaron nota. Y la Justicia comenzó a tratar el tema como una desaparición forzada.
Cuarenta búsquedas ordenadas por fiscales y jueces fracasaron. Lo buscaron en la costa del Río de la Plata, en la zona de Palo Blanco, donde estuvo antes. Lo buscaron por bañados, bajos y baldíos de ese sector. Lo buscaron ese año. Otros años y hasta hace poco tiempo. Lo hicieron guiados por anónimos, “buches”, confesiones y distorsiones de testigos.
La cuadragésima se hizo en un terreno de Los Hornos, donde está construida una casa en que vivió el policía Abrigo. Llegaron por el aporte de un testigo de identidad reservada. Fue hace menos de un mes, y como las 39 anteriores, sin resultados.
“No se rompe el pacto de silencio. Es increíble. A través de los años se han ofrecido reducción de condenas, beneficios procesales. Cualquier cosa para quebrar ese secreto mafioso. Pero nada. Ni siquiera por la recompensa lo hacen”, lamenta Rosa. Cinco millones de pesos otorga el Estado provincial para quien aporte un dato certero.
A la casa de Schonfeld ingresa el reflejo del sol en la mañana de invierno e ilumina los cuadros, portarretratos, banderines y homenajes de formatos variados coleccionados en 30 años de lucha y búsqueda.
Una cruzada que comenzó con una incipiente protesta y se fue regando de marchas, reclamos y pedidos a las autoridades. “Algunos de aquellos chicos que me ayudaron a hacer carteles, pancartas y a repartir panfletos en la primavera de 1993 hoy son parte de mi familia. Cuando se descompuso Néstor (tenía diabetes y otras enfermedades crónicas), llamé a uno de ellos para que me lleve al hospital”, ilustra Rosa.
Ahora la búsqueda y la pelea por esclarecer el caso Bru es un mojón en las luchas institucionales de las entidades de derechos humanos. Esta semana están previstas varias actividades. Habrá una muestra de fotos en el Espacio para la Memoria de Diagonal 74 y 64. También se realizará, a partir de las 19 de este jueves, la tradicional vigilia en la sede de la seccional novena. Se realiza desde 1999, con mayor o menor repercusión.
El ciclo de la vida familiar siguió su curso con la insistente ausencia de Miguel. Guillermo Bru (48) le dio dos nietos: Santiago y Joaquín, quien además le ofrendó un bisnieto, Valentín, de siete años.
Sus otros hijos son Diana (46) y las “mellis” Paola y Silvina (44). El álbum se completa con un total de ocho nietos y un “bis”.
“Mil veces conté la historia de esos días. Hasta los detalles mínimos. Pude reconstruir sus últimas horas, casi minuto a minuto. Lo reviso siempre para ver si encuentro algún dato que me permita acercarme a la verdad. No voy a abandonar esta pelea mientras tenga un gramo de fuerza”, advierte.
La paciencia acompaña a Rosa desde aquellas primeras horas desesperadas. Forma parte de su intimidad. Igual que la resistencia para seguir, luego de 30 años, 40 búsquedas y muchas pérdidas en el medio, además de la de Miguel.