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Gerónima Benítez es la madre de Emanuel, asesinado en el barrio Tablada de Rosario en enero de 2022.
La vida de Gerónima Benítez (57) cambió radicalmente el 22 de enero de 2022 cuando mataron a su hijo Emanuel, de 17 años, en el barrio Tablada de Rosario. Desde ese momento, y con un duelo que no pudo hacer, buscó desesperadamente la forma de transformar su dolor en ayuda para otros chicos de la ciudad más afectada por el narcotráfico. “La ‘Copa de leche Emanuel’ nació en honor a mi hijo”, comenta.
“Vivir en Rosario es vivir con el Jesús en la boca. Uno no sabe qué le espera al salir de la casa, o mismo estando adentro”, arranca Gerónima la charla con Clarín. Resiliente, Gerónima recuerda cada detalle de la noche en que mataron a tiros a su hijo. “Fue a las once de la noche. Estábamos en casa con mi otro hijo y escuchamos varios tiros. Salimos para ver qué había pasado y me gritaron que era mi hijo al que le habían tirado. Cuando llegamos a él, ya estaba muerto”, relata con los ojos llenos de lágrimas.
Y continúa: “Emanuel venía con su novia, que pudo llegar a la casa, pero él quedó solo en un pasillo”. Esa noche, en la que conoció el dolor más desgarrador que puede conocer una madre, sigue intacta en su memoria. La angustia la acompaña desde que se despierta hasta que se va a dormir.
Sin embargo, quiso darle otro sentido a la muerte de su hijo. Y aunque a veces le cueste más, redobla su apuesta todos los días y lucha para contener a jóvenes que también sufren problemas en Rosario.
“Quiero ayudar a los chicos que están desprotegidos, que andan por la calle. Hay mucha necesidad. Lo que más necesitan es un abrazo, cariño porque están muy vacíos. La mayoría de las veces los problemas comienzan en el hogar“, dice Gerónima.
Y profundiza: “La ausencia o la desprotección te llevan a andar más rápido en la calle y caer en las redes de estas personas porque viven como una hoja que cae de un árbol y el viento la va arrastrando por todos lados. Hay muchas familias en las que los padres sufren la adicción y ellos lo ven como si fuera algo normal”, explica quien decidió integrarse a una escuela llamada “Malezas” para entregar una copa de leche a los chicos.
“Vienen 30 niños a merendar y estar con las señoritas. Estamos constantemente con los chicos. No es que solamente tienen un vaso de leche sino que tienen mucha contención y un lugar donde puedan estar tranquilos”, detalla.
En su propia casa, decorada con banderines de colores, Gerónima tiene una biblioteca, juegos, mesas y sillas para que los chicos que asisten puedan compartir. Todos los días, desde muy temprano, cocina pan casero, bizcochuelo y hasta pizzas para recibirlos. Además, recibe donaciones para afrontar los gastos y poder continuar con el merendero.
“Si fuera por mí, dejaría que estén las 24 horas. Siento el cariño de los chicos y me llenan, me ayudan a pasar la pérdida”, señala quien conoce de primera mano la desidia que sufren los jóvenes rosarinos.
“Mi hijo era adicto y pasé muchas cosas con él. Recorrí muchos lugares, tribunales, defensorías buscando ayuda y no la encontré. Pero como era menor debía ser él quien quisiera ayuda y la adicción es una enfermedad. Un adolescente no puede tomar esa decisión”, revela haciendo alusión a la ley vigente de salud mental.
El caso de Emanuel está siendo investigado, aunque según indicó el fiscal a cargo, Ademar Bianchini, “es una causa muy difícil de esclarecer”. Respecto a los autores del crimen, señala: “Todavía no se sabe quién puede haber sido”. “A Emanuel le decían ‘El paraguayito’ porque era oriundo de allá. Había confesado que no llegaría a la mayoría de edad por los problemas que padecía”, recuerda.
“A pesar de sus defectos, Emanuel era una tormenta de desierto, inquieto, lleno de vida”, recuerda Gerónima entre lágrimas. “Si tenía que desprenderse de las cosas para ayudar a los amigos, estaba dispuesto a todo, a defender. Alegraba a los demás, a pesar de todos los problemas que tuvimos en mi casa. Muchos años vivimos violencia de género pero Él siempre estaba para su hermano y para mí defendiéndome”, confiesa.
Más allá de todo el dolor que lleva con ella, pensar en su hijo le da fuerzas. Así, logra “aplacar la angustia”. “Sigo por ese cariño de los chicos. Transformé el dolor en amor”, cierra.
Cómo es vivir en Rosario, una de las ciudades más inseguras de la Argentina
Rosario es una de las ciudades más calientes en materia de inseguridad y narcotráfico del país. En lo que va del año, ya hubo más de 215 homicidios –un número que se actualiza todos los días–. Esto, indefectiblemente, altera la calidad de vida de sus habitantes sin importar el lugar en el que residan.
“Se escuchan tiros todo el tiempo. Hay mucha violencia y mucha inseguridad. Es normal escuchar disparos dos veces a la semana. Son disputas entre la gente que está en la venta de droga”. Vivo con miedo, cuando salgo a hacer mandados tengo miedo de que me toque una bala perdida o que vengan y me roben. Siempre voy muy atenta, me cuido de las motos. Ya casi no miro el noticiero porque desde la muerte de mi hijo quedé muy sensible y me afecta mucho”. Así son los días de Gerónima, del barrio Tablada.
Pero la violencia extrema no solo se vive en las zonas más alejadas, sino en cada punto de la ciudad. Así le sucedió a Manuel, estudiante de 24 años que vive en Arroyito, en zona Norte, y que casi pierde la vida tras ser atacado por dos motochorros.
“Eran las ocho y cuarto de la noche en verano, o sea que todavía era de día, y estaba yendo a comprar al almacén, que queda a una cuadra de mi casa. En ese momento, me abordan dos motochorros. Uno se baja de atrás y me dice, sin armas: ‘Dame todo’. Opté por salir corriendo y en eso, la moto me encierra, viene el otro de atrás, me agarra del cuello y me empieza a apuñalar un montón de veces. Por suerte solo entraron tres”, narra Manuel con su memoria intacta. Y continúa: “En el momento no me daba cuenta, pensaba que eran trompadas, hasta que vi que empezaron a caer gotas de sangre en el piso y caí en lo que me estaba pasando”.
Tal como relata, en ese preciso instante no andaba nadie en la calle hasta que, afortunadamente, una señora lo vio y gritó. “Ahí llegó mi mamá, que vio que estaba siendo atacado y entró en un estado de shock. Mientras tanto uno de los ladrones gritaba ‘ponelo, ponelo, matalo’”, cuenta aún muy horrorizado.
¿Qué sentía en ese momento? Que se jugaba la vida. “Empecé a pensar que no me había podido despedir de mis seres queridos”, confiesa. El ataque duró hasta que Manuel, lastimado, decidió tirarse al piso y hacer “como si estuviera muerto”. Fue en ese entonces cuando los dos delincuentes huyeron en la moto.
“Estaba perdiendo mucha sangre. Cuando me atendieron, me pusieron una máscara de oxígeno y me llevaron al hospital. Tuve suerte de que ningún órgano resultó afectado”, comenta con un miedo que permanece hasta hoy, a casi un año del episodio que lo marcó para siempre.
Dos amigos suyos también vivieron una situación estremecedora, algo que lamenta hasta hoy: “Estaban en zona Sur, pasó una moto y les dispararon. Uno de ellos murió y otro quedó en coma. De repente estás tomando una gaseosa en la vereda, pasa alguien y te quita la vida”.
Todas las personas entrevistadas por Clarín, que también sufrieron hechos de inseguridad, coinciden en las mismas pautas de alarma, que, por supuesto, ya se volvieron parte de su vida cotidiana: estar atento a las motos, caminar lo menos posible, usar el transporte público para lo mínimo indispensable y, en caso de hacerlo, nunca esperar solo; hacer tiempo en el auto antes de entrar a casa.
Según cuenta Antonella, estudiante de 22 años que reside en zona Sur, los rosarinos tratan de evitar a toda costa andar después de las ocho de la noche aunque, en realidad, no hay horario ni lugar seguro. “La gente trata de estar adentro, los comerciantes cierran antes y se cuidan entre ellos”, afirma.
“Cuando era muy chica me apuntaron con un arma para robarme. Estaba con mamá y una amiga suya que iba con sus dos hijas y agarraron a una de ellas. Me pasó a dos cuadras de mi casa. Obviamente, te queda el miedo”, asegura.
“Hoy Rosario está tomada por el narcotráfico. Tenemos mucho miedo de salir a la calle. Lo vivimos todos”, dice indignada mientras hace una lista de todas las personas que conoce y que también sufrieron las consecuencias. “Maxi, un verdulero, recibió una amenaza en su local que decía: ‘Danos un millón de pesos o te matamos a vos y tu familia. Firma: la mafia’. Esto no es joda, es algo que ocurre”.
Y continúa: “Algo similar le pasó a Mercedes, del barrio Tablada, que le tiraron una molotov en la casa, y que previamente la habían amenazado para que dejara su hogar a un preso que estaba por salir. Hay escuelas baleadas y maestras que no reciben respuestas y que tienen que estar ellas mismas cubriendo los impactos de las balas con carteles”.
Luciana, que vive en una zona céntrica, coincide: “Vivir en Rosario se convirtió en algo muy incómodo, nos genera mucha incertidumbre, mucho miedo y ansiedad”. Y aunque admite que la situación es alarmante desde hace tiempo, sostiene que en los últimos años todo empeoró. “Hace 15 años, uno podía volver caminando y no pasaba nada, pero en los últimos 5 años ya no se puede estar en la calle tranquilo”.
“Lamentablemente no hay tanto movimiento nocturno y muchos bares cerraron. Todo eso hace que sea menos seguro porque al haber menos movimiento en la calle, hay más lugar para los ladrones que delinquen con total impunidad”, narra Luciana que ya sufrió dos robos mientras iba por la calle.
“Hay poca policía y no te sentís cuidado. Hay muchos robos en el centro de la ciudad, por ejemplo en Córdoba y Paraguay, un punto neurálgico. Es muy inseguro. No podés esperar el transporte público sola, eso es impensado. Además de que uno siempre está alerta a las motos y tiene miedo por las balaceras”.
Manuel dice que la seguridad no está preparada como debería y recuerda, enojado, que cuando fue atacado “la Policía demoró quince minutos en llegar porque el móvil no tenía batería”. Además de estar al borde de perder la vida, a los tres meses sufrió un robo en Boulevard Oroño y San Lorenzo. Y agrega: “Uno estudia y trabaja para llegar a fin de mes, y mientras tanto, viene uno y te mata por el celular o la bicicleta. La situación es gravísima y nadie toma cartas en el asunto”.
Los rosarinos se sienten presos en su ciudad: privados de su libertad, toman las pautas necesarias para no volver a pasar por situaciones que los marquen de por vida. Y mientras tanto, los delincuentes “son los dueños de la calle”.
Rosario. Especial
MG