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Un nuevo estudio observó que las arterias tapadas está implicadas en alteraciones típicas de la enfermedad de Alzheimer.
“La relación entre el cerebro y el corazón es un tema fascinante y con este estudio hemos visto que empieza mucho antes de lo que se creía“, afirmó Valentín Fuster, uno de los máximos referentes de la cardiología actual, al presentar los hallazgos de la última investigación en la que trabajó junto a su equipo del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) de España.
¿Qué hallaron? Que la presencia de placa en las arterias (aterosclerosis) sumado a otros factores de riesgo cardiovascular no solo ponen en riesgo al corazón, sino que también se asocian -aunque en menor grado- a alteraciones cerebrales típicas de la enfermedad de Alzheimer, la demencia más común.
¿Por qué dice Fuster que comienza antes de lo que se creía? Porque observaron que las condiciones que favorecen el daño cerebral se van gestando incluso décadas antes de que se manifiesten los síntomas.
¿La oportunidad? La detección, control y prevención temprana de los factores de riesgo comunes al corazón y el cerebro (y el cuerpo en general).
Corazón y cerebro, un vínculo estrecho
La conexión entre la salud del corazón y el cerebro está bien acreditada por la evidencia científica. Es que el cerebro se alimenta a través de los vasos más importantes del cuerpo y el corazón es el encargado de bombear la sangre para que llegue hasta él.
La aterosclerosis (la acumulación de grasas, colesterol y otras sustancias en las paredes de las arterias) y las enfermedades y condiciones asociadas (hipertensión, colesterol elevado, diabetes, tabaquismo, sedentarismo) complican ese flujo y suelen coexistir en muchos casos con la demencia en personas de edad avanzada (que es, también factor de riesgo para la aparición de ambas).
Por eso es muy probable que una persona de 70 u 80 años con Alzheimer tenga, además, patología cardiovascular.
¿Pero cuando empieza a gestarse esa relación? El vínculo en etapas preclínicas entre la enfermedad cerebral y cardiovascular está menos estudiado. Sin embargo, se sabe que puede remontarse mucho antes en el tiempo.
Descifrar si existe esa asociación en los años previos a la aparición de síntomas “es relevante para la clínica, ya que alude a la posibilidad de intervenir sobre un trastorno modificable, como las enfermedades cardiovasculares, para prevenir la evolución de una patología sin tratamiento, como el Alzheimer”, afirma Marta Cortés Canteli, que lideró junto a Juan Domingo Gispert, la investigación publicada en The Lancet Healthy Longevity.
Aterosclerosis y metabolismo cerebral
Las arterias carótidas están situadas en el cuello y son las encargadas de suministrar sangre al cerebro. En 2021, Cortés Canteli y Gispert ya habían descubierto que la presencia de placas en esas arterias se asociaba a un menor metabolismo de la glucosa cerebral en personas de mediana edad, enroladas en el estudio PESA-CNIC, un estudio liderado por Fuster desde 2010.
El PESA-CNIC evalúa la progresión de la aterosclerosis subclínica en más de 4.000 empleados del Banco Santander que tenían entre 40 y 54 años al inicio del estudio, sin patologías cardiovasculares previas.
Los resultados reportados en el nuevo trabajo, en el que se examinó y siguió durante al menos cinco años a un subgrupo de 370 participantes con una edad promedio de 50 años, confirman y amplían los hallazgos anteriores.
Los investigadores observaron que los individuos que mantuvieron un riesgo cardiovascular elevado durante el período de seguimiento sufrieron una disminución mayor del metabolismo cerebral.
“Hemos detectado un declive metabólico cerebral tres veces mayor que el de personas que se mantienen en bajo riesgo cardiovascular”, señaló en un comunicado difundido por el CNIC Catarina Tristão-Pereira, primera autora del artículo y becaria INPhINIT de la Fundación la Caixa.
“El cerebro es uno de los órganos del cuerpo que más glucosa consumen, ya que es su principal fuente de energía. La glucosa es uno de los nutrientes esenciales de las células neurales, gracias a la cual pueden desarrollar su función de manera adecuada”, explicó a Clarín la neurocientífica Cortés Canteli. Por eso el metabolismo de la glucosa se considera un indicador de salud cerebral.
En ese sentido, Gispert, experto en Neuroimagen del CNIC y del Barcelonaβeta Research Cente, destacó que “si el consumo de glucosa cerebral disminuye durante varios años puede limitar la capacidad del cerebro de lidiar en un futuro con enfermedades neurodegenerativas o cerebrovasculares”.
En paralelo a esa caída, en el grupo de alto riesgo cardiovascular los autores observaron un mayor aumento en las concentraciones plasmáticas de NfL, un biomarcador bien establecido de neurodegeneración.
“En conjunto, nuestros resultados sugieren que el declive observado en el metabolismo de la glucosa en personas asintomáticas de mediana edad con alto riesgo cardiovascular tiene un componente neurodegenerativo que es independiente de la patología del Alzheimer“, subrayaron.
“Este dato es particularmente relevante ya que la muerte de las neuronas es un proceso irreversible“, destacó Cortés Canteli, quien se encuentra abocada desde hace más de una década a estudiar el nexo cerebro-corazón en la enfermedad de Alzheimer.
Factores de riesgo para el corazón y el cerebro
Tanto la resistencia a la insulina como las concentraciones elevadas de colesterol se relacionaron con cambios en la captación de la glucosa cerebral, “pero la hipertensión arterial destaca con un papel importante en la reducción del metabolismo cerebral, a partir de la mediana edad, con secuelas posteriores en la cognición“, plantearon los investigadores.
No obstante, aclararon que la presión arterial alta “no explica por sí sola el descenso en el metabolismo” en las personas con alto riesgo cardiovascular, por lo que interpretan que un “efecto sinérgico de diferentes factores de riesgo, más que uno individual podría tener un impacto negativo en la salud cerebral”.
Aterosclerosis carotídea
Al efecto de esos factores de riesgo cardiovascular en la disminución del metabolismo en regiones cerebrales vulnerables a la enfermedad de Alzheimer, el equipo del CNIC descubrió que se le añadía la progresión de la aterosclerosis subclínica en las carótidas. Es decir, cambios en el volumen de las placas en las paredes de esas arterias.
“Estos resultados corroboran que la detección por imagen de la aterosclerosis subclínica aporta información muy relevante“, enfatizó Fuster, investigador principal del PESA.
¿Por qué a través de imágenes? Porque en la fase subclínica, ese taponamiento avanza silenciosamente sin que el paciente manifieste síntomas y las escalas riesgo no siempre son capaces de captarlo con exactitud. El corolario, años después, puede ser un infarto de miocardio, un ACV, o declive cognitivo, entre otros riesgos.
A la luz de estos resultados, los investigadores consideran que “el examen de la carótida tiene un gran potencial para identificar a las personas vulnerables a sufrir alteraciones cerebrales y deterioro cognitivo en el futuro”.
En ese sentido, sostienen que el trabajo podría tener importantes implicaciones para la práctica clínica “ya que apoya la implementación de estrategias de prevención cardiovascular primaria en etapas tempranas de la vida como enfoque valioso para una longevidad cerebral saludable“.
Antes, mejor
“Aunque aún no conocemos el impacto que esta disminución en el metabolismo cerebral puede tener sobre la función cognitiva, el haber detectado ya daño neuronal nos indica que cuanto antes empecemos a controlar los factores de riesgo cardiovascular, mejor será para nuestro cerebro”, afirmó Cortés Canteli.
—¿La prevención cardiovascular puede ser efectiva incluso cuando hay factores no modificables para la enfermedad de Alzheimer como la predisposición genética y la herencia familiar?
—Es cierto que determinados factores genéticos, así como la edad, el ser hombre o mejer, tienen un peso importante sobre el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, pero toda prevención cardiovascular es efectiva.
—Un trabajo reciente también del PESA-CNIC halló una asociación entre la ateroesclerosis subclínica y un envejecimiento acelerado mediado por la inflamación. ¿La inflamación crónica juega también un rol en contra de la salud cerebral?
—Sí, podría jugar un papel importante. La inflamación cerebral, o neuroinflamación, se sabe que juega un papel dual en las enfermedades neurodegenerativas ya que en un primer momento se activa para “limpiar” el cerebro de los depósitos proteicos tóxicos (por ejemplo, las placas amiloides en el caso de la enfermedad de Alzheimer), pero si la neuroinflamación perpetúa a lo largo del tiempo y se cronifica juega un papel dañino sobre las neuronas.
—El trabajo hace foco en la importancia de hacer cambios en etapas tempranas de la vida para prevenir daños cardiovasculares y cognitivos. ¿Hasta qué edad se pueden implementar esos cambios? ¿Hay un “techo” a partir del cual dejan de tener impacto?
—Como diría el doctor Valentin Fuster, “the sooner, the better”. Es decir, cuanto antes se implementen esos cambios, mejor. Y cuanto más tiempo se mantengan, mejor también. De hecho, la edad es un factor de riesgo tanto para enfermedades cardiovasculares como neurodegenerativas, por lo que cuanto mejor sea la salud cardiovascular cuando se llegue a la edad avanzada, mejor para ambos sistemas (cardiovascular y cerebral).
Es verdad que una vez que las neuronas mueren, no se pueden reemplazar, y ese daño es irreversible, de ahí la importancia de seguir un estilo de vida saludable en las etapas tempranas y de mantenerlo durante toda la vida.
—¿Cuáles son las medidas más importantes que favorecen la salud cardiovascular y una longevidad cerebral saludable?
—Hay que seguir un estilo de vida saludable: hacer ejercicio físico, comer sano, no fumar, controlar el peso, la presión arterial, el colesterol y la glucosa en sangre….Lo que es bueno para el corazón es bueno para el cerebro.