El partidismo político abraza más slogans que razones. Un sector de la oposición habla en nombre del pueblo, pero perdió (por mucho) las elecciones. Por qué Milei no baja un cambio
El gobierno de Milei libra batallas en varios frentes a la vez, golpea acá, allá y hasta se pelea con rivales que no lo son. O polemiza con sectores que probablemente lo quieran acompañar. Hasta en el Gabinete, algunos creen que se generan peleas innecesarias.
Pero toda esta discusión se cierra con tres palabras: “Javier es así”. También dirán: “No va a cambiar”.
Si un gobierno puede calibrarse por las dosis de gestión y relato, se podría decir que éste tiene un 50% de cada una. Aunque gusten más, menos o nada, casi siempre tiene un argumento para refutar la política del slogan permanente, un vicio de origen de un sector de la ciudadanía.
La marcha universitaria, por ejemplo, abrazó lugares comunes por doquier. “Hay que defender la educación pública”, se escuchó y se pintó en pancartas, mientras “la educación pública” está pulverizada en casi todos los niveles, desde el Inicial hasta la Secundaria. No hay marchas en la sede de la Casa de Gobierno provincial para “luchar” por la educación de los niños. Tampoco reclamos por los salarios de los maestros, porteros y cocineros bonaerenses, cuyos ingresos se emparangonan más con el hambre, que con el progreso.
No hay reclamos para el gobernador Kicillof. Tampoco los hubo para la gestión Massa, cuando un hombre de su estricta confianza manejaba la Secretaría de Políticas Universitarias. De hecho, hizo campaña por él. Hay indignación selectiva, acaso por algo muy de estos tiempos: la autopercepción de pueblo.
Quienes marcharon por el Financiamiento Educativo, por los jubilados o en contra de la Ley de Bases, son el pueblo. Pero quien gobierna, que sacó más votos que todos juntos, es el villano antipatria.
Es un razonamiento, de mínima, exótico. A Milei lo sacude hasta la cúpula del PRO, con otro slogan. “Es un gobierno que no gestiona”, repiten a quien quiera escucharlo. Pero el PRO pasó sin pena ni gloria por la administración central. Perdió por mucho las elecciones, y gran parte de los ex funcionarios que dan cátedra de cómo solucionar todo, ya ocuparon cargos. Y está claro: no hicieron casi nada de lo que hoy dicen que se debería hacer. Capaz no pudieron, no supieron o había otras prioridades. ¿Acaso leyeron demasiado las encuestas?
Milei es un líder político que decide. A muchos les puede parecer que decide mal, o que su liderazgo no es bueno para el país. Pero asegurar que no decide, o no gestiona, se asemeja más al terraplanismo que a la realidad.
Este Gobierno rompió todos los manuales de gestión, de comunicación política, de estructuración del poder y de diálogo con la ciudadanía. Y en nueve meses, decidió más que Macri en 4 años o que Alberto-CFK-Massa.
Pueden no gustar las decisiones, y de eso se trata la democracia, pero negar lo evidente parece más cercano al fanatismo religioso que a la realidad empírica.
La gestión del vendepatria de Milei desaceleró la inflación, niveló el tipo de cambio, ordenó la calle, comenzó a trabajar en la inseguridad, denunció a los intermediarios de la pobreza, impulsó reformas laborales, electorales y de desregulación del Estado como jamás se vio desde 1992 a esta parte. También alineó a la Argentina en un concierto de naciones democráticas, lejos del eje Irán-Venezuela-Rusia-Cuba. A un sector del PRO le parece que esto no es gestionar.
Entiendo que deberían decir “no me gusta su gestión”. En ese punto, la oposición radicalizada (kirchnerismo, izquierda y sectores de la UCR) es más sincera. Reniegan de todo lo que hace el gobierno de Milei. No lo quieren, no lo aceptan. Básicamente, no les gusta. Y algunos quieren que termine antes. Es dato.
Acaso por eso último el Presidente se embarcó en la idea de completar la Corte Suprema de Justicia. Y también porque a los pocos días de su gobierno, acumulaba fallos en contra, desde el DNU 70 hasta el actual conflicto con Aerolíneas.
Milei juega al límite casi siempre. Está en su ADN, y es altamente improbable que cambie. La moderación asoma en las antípodas de su génesis. La detesta. Y, acaso por ello, pasó de perro a escopeta, hasta llegar a la presidencia.
Se sabe: no es lo mismo ganar una elección que gobernar. Para esto último, gran parte de la oposición tiene las recetas, y sabe cómo hacerlo. Lo curioso es que casi todos los que tienen las tablas de los mandamientos de la gestión pública, ocuparon cargos durante los últimos 20 años. Es decir, ya estuvieron. Ya gobernaron. Y hoy Argentina es mucho más pobre que en aquel entonces.
Algunos ex funcionarios de Macri tienen la pócima mágica para resolver el conflicto de Aerolíneas. En el Gobierno se preguntan por qué no lo hicieron cuando tuvieron la oportunidad. El kirchnerismo, en tanto, sabe cómo resolver la pobreza, el hambre y los salarios. Otra vez cabe la misma pregunta: ¿por qué no lo hicieron cuando les tocó?
En el permanente asalto a la verdad, parte de la oposición movilizada habla en nombre del pueblo, de los trabajadores y de la comunidad toda. Pero hete aquí que si el pueblo se define por mayorías, el pueblo hoy no es peronista ni de izquierda. Tampoco radical. Obvio que cada quien se percibe como quiera, pero arrogarse la representación del pueblo por abollar una cacerola, repicar un redoblante o cortar una calle, es -de mínima- un verdadero asalto a la razón.
Pero el pueblo es volátil. Muy. Y quienes hoy abrazan al Gobierno, el año que viene puede atomizarse, alejarse o directamente ponerse en contra. Todas las encuestas dicen que la imagen de Milei cae. Es altamente probable y lógico que así sea. Pero también el año pasado decían que ganaba Rodríguez Larreta. O Massa.
Que la Argentina está destruida no es ninguna novedad, salvo para quienes gobernaron hasta diciembre último, que ahora descubrieron a los pobres, el hambre, la educación pública desguazada o la inseguridad galopante.
Milei emergió por la destrucción del país. Si este hombre despeinado, de zapatillas y más extravagante que todos los políticos que se conocieron hasta ahora, puede revertir esa tendencia o agudizarla, todavía es una incógnita.
Lo que asoma como bastante nítido es que las recetas (o prácticas) de la destrucción, difícilmente sirvan para la construcción.
Ya lo dijo Einstein: donde nació el error, no encontrarás la solución.